Desde el instante mismo de la creación, hasta la entrega definitiva de su hijo Jesucristo, nos vamos admirando al descubrir un Dios cercano, deseoso de entregar todo lo que hay en sus entrañas de amor al ser humano. En efecto, siendo Dios amor, su única posibilidad es abrirse al universo creando, dando vida, conservando, iluminando, salvando. No nos ofrece la Escritura santa una especie de biografía de un Dios encerrado en sí mismo o con los seres creados por él, sirviéndolo bajo el signo del temor o de la condena. No nos ha creado Dios para la oscuridad o el temor. Lo ha hecho para poder proyectar en nosotros todo su amor, toda su misericordia, toda su santidad. Sin embargo, como les sucede a tantas personas que aparecen en la Biblia, no siempre es fácil creer que Dios es así y tampoco nos es fácil pensar que Dios está para servirnos en todo momento. Tratemos de descubrirlo en esta breve reflexión
Hoy la Iglesia pone ante nosotros a través de la liturgia lo que podríamos llamar el preludio del culmen del servicio total que Dios, en Cristo, nos ha hecho. La lectura de los santos evangelios desde el comienzo, hasta su final, nos va llevando como en un movimiento ascendente, al ritmo del servicio de Cristo por todas y cada una de las personas que va encontrando en su camino. Servir, para Jesús, tienen muchas facetas. Lo hace en sus múltiples momentos de predicación y enseñanza, hablando de Dios, contando las cosas de Dios, revelando sus conversaciones íntimas con su Padre celestial. ¡Qué servicio tan importante: enseñar acerca de Dios! Su servicio es también infinita compasión por quien tiene algún dolor, alguna pena, alguna enfermedad. Y en este caso, servir es detener la marcha, mirar a los ojos, imponer las manos, pronunciar una palabra de aliento o de perdón. Con frecuencia, Jesús se detiene y suscita la resurrección de alguien que ha muerto. ¡Qué gran servicio cuando alguien detiene la marcha de su vida para escuchar, alentar, curar, orar! Y Jesús sirve a las personas cuando les hace caer en cuenta qué es el Reino de Dios y cómo llegar a él. Pero también cuando llama la atención si el camino se ha equivocado y en el horizonte no aparece lo que Dios quiere.
En esta tarde de jueves santo, en la cena con sus apóstoles acentúa, con sus palabras y gestos, su misión de servidor de la humanidad. En primer lugar, recoge toda la fe del Antiguo Testamento que tienen sus apóstoles, al invitarlos a celebrar la pascua, memorial de la experiencia liberadora de Israel al abandonar la esclavitud en Egipto. Jesús no vino a abolir la Ley y los profetas, sino a darles plenitud y por eso seguimos leyendo las primeras experiencias de fe del viejo pueblo elegido. En segundo lugar, Nuestro Señor, anuncia y establece un nuevo modo de permanecer entre nosotros: “esto es mi cuerpo”, “esta es mi sangre”. Es su gran deseo: permanecer en medio de su pueblo, ahora como alimento, como viático, como fuerza para el camino, como quien acompaña en todo momento. El Señor siempre está con nosotros y eso nos da alegría. Podríamos decir que en esta tarde santa, Cristo ha inaugurado una nueva mesa, la de la eucaristía, servida por él mismo, para salvación de todos. Cada vez que celebramos la eucaristía, Dios nos ofrece su Palabra y nos ofrece el cuerpo sacramentado de su Hijo. Escuchar con atención, recibir en gracia y santidad, son las formas de participar de este servicio divino.
Y parecía que con lo anterior ya era suficiente la manifestación del amor de Dios. Sin embargo, Jesús quería ir más allá. En efecto, deja su puesto en la mesa, se despoja de su manto, acaso de su dignidad, toma una toalla y como un esclavo se inclina ante sus apóstoles para lavarles los pies. No ahorrará Dios en Cristo ningún servicio que pueda ayudar para acercarnos a Él y a su deseo de salvar a la humanidad. Pero al mismo tiempo este gesto es indicativo de la manera como el cristiano debe pasar por el mundo: sirviendo. Me aventuro a pensar que este gesto tan humilde y tan potente, viniendo de Cristo, tiene para el mundo de hoy un significado profético muy profundo. El poder actual parece haber estructurado un modo de proceder para que la gente sencilla los sirva, los tema, les tribute, se quite del camino. No debe ser así entre cristianos. El que más ha sido bendecido, quien ha recibido más dones, quien ha asumido mayores responsabilidades, el que ha tenido más oportunidades en la vida, Dios lo llama a servir, no a servirse de los demás, a dar su vida para que otros vivan mejor, no para humillar y despreciar. Y si esto no se da, lo advertía el domingo de ramos el santo evangelio, hablarán las piedras.
La celebración del jueves santo en este año y en las circunstancias actuales de nuestra vida nos puede servir inmensamente. En primer lugar, recordándonos con cuánto amor nos ha servido Dios en la persona de su hijo Jesucristo. En él hemos sido bendecidos con toda clase de gracias. En segundo lugar, haciéndonos admirar de nuevo por la presencia sencilla, humilde, pero inigualable, de Jesús en el pan eucarístico. Presencia real, pan de vida, pan de los ángeles. En tercer lugar, provocando en nuestros corazones el deseo de servir a los demás como impronta de nuestra fe cristiana. Y de servir sobre todo a los más humildes, a los que no cuentan para este mundo, a quienes han perdido la fuerza, la esperanza, a quienes han sido expulsados de su tierra y de su patria, a los enfermos, a los ancianos y a todo aquel que está necesitado de amor y de misericordia. Y, también, a quienes han perdido la fe. Tengamos la certeza de que, en servir, como lo hizo Jesús, está la fuente de la verdadera alegría; allí están todas las razones para una vida con sentido. Y la presencia de todos y cada uno de nosotros, los bautizados, en la sociedad, será luminosa en la medida en que seamos una comunidad que sirve al prójimo, que tiene en la persona humana todos los motivos para encarnar en ella la fe que tenemos en Dios y la enseñanza del Evangelio.
Jesús sabe cuánto nos cuesta servir y sobre todo cuánto nos cuesta entender que él ha venido a servir. Por eso en el Evangelio de este día dice al final: “¿Comprenden lo que he hecho con ustedes? Ustedes me llaman “el Maestro” y “el Señor” y dicen bien. Pue si yo, el Maestro y el Señor, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros; les he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con ustedes, ustedes también lo hagan”. Si Dios es amor, se le conoce amando. Si Jesús es servidor, se le conoce sirviendo. Dejémonos servir de Jesús: su palabra, su pan eucarístico, su misericordia en la reconciliación, su luz en el espíritu prometido. Sirvamos como Jesús a los demás: miremos a los ojos, extendamos la mano, pronunciemos palabras de aliento y perdón, detengamos nuestro caminar ante el necesitado, revistámonos siempre de humildad y sencillez. La comunión sacramental en este día sea manifestación de nuestro gozo por participar de la mesa servida pro Cristo y de nuestro compromiso de llevarlo a otras personas. Amén.