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Saludo del cardenal Rubén Salazar a la Familia Lasallista

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Conferencia sobre la nulidad matrimonial (video)

matrimonio nulidad

Resuelve éstas dudas y muchas  más. Compartimos el video de la conferencia que ofreció Mons. Pedro Mercado en Expocatólica 2018.

 

GRADUACION CURSO APOCALIPSIS

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25 fieles que se animaron a aprender del libro de Juan el Apocalispsis después de muchas sesiones, se vieron recompensados con el diploma que les acredita la terminación del curso, y que mejor que darle gracias al Señor por sus logros con la eucaristía dominical de 12m.

Intenciones de oración del papa Francisco – abril de 2019

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CAPILLA VIRGEN DEL CARMEN

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UBICACIÓN

En la vereda  de Mundo Nuevo.

DESCRIPCIÓN

De planta rectangular, posee una sola nave y una espadaña central para tres campanas. El acceso está enmarcado en arco a medio punto.

 

 

 

PROGRAMA SEMANA SANTA 2019

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Mirar.... el programa Semana Santa 2019 de manera interactiva...

CAMPAÑA POR EL DIEZMO

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TU DIEZMO ES NECESARIO PARA EL SOSTENIMIENTO DE TU PARROQUIA

 

“Honra al Señor con generosidad y no seas mezquino en tus ofrendas; cuando ofreces, pon buena cara y paga de buena gana los diezmos. Da al Altísimo como él te dio: generosamente, según tus posibilidades, porque el Señor sabe pagar y te dará siete veces más”

(Eclesiástico 35, 8-9)

Reclama el sobre para la ofrenda del diezmo en la sacristía.

Deposítalo en la alcancía que dice DIEZMO. 

MIL GRACIAS.

 

Domingo de Ramos (Semana Mayor) - 14 de abril

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En este día, se entrecruzan las dos tradiciones litúrgicas que han dado origen a esta celebración: la alegre, multitudinaria, festiva liturgia de la Iglesia madre de la ciudad santa, que se convierte en mimesis, imitación de los que Jesús hizo en Jerusalén, y la austera memoria - anamnesis - de la pasión que marcaba la liturgia de Roma. Liturgia de Jerusalén y de Roma, juntas en nuestra celebración. Con una evocación que no puede dejar de ser actualizada.

Vamos con el pensamiento a Jerusalén, subimos al Monte de los Olivos para recalar en la capilla de Betfagé, que nos recuerda el gesto de Jesús, gesto profético, que entra como Rey pacífico, Mesías aclamado primero y condenado después, para cumplir en todo las profecías. .

Por un momento la gente revivió la esperanza de tener ya consigo, de forma abierta y sin subterfugios aquel que venía en el nombre del Señor. Al menos así lo entendieron los más sencillos, los discípulos y gente que acompañó a Jesús, como un Rey.

San Lucas no habla de olivos ni palmas, sino de gente que iba alfombrando el camino con sus vestidos, como se recibe a un Rey, gente que gritaba: "Bendito el que viene como Rey en nombre del Señor. Paz en el cielo y gloria en lo alto".

Palabras con una extraña evocación de las mismas que anunciaron el nacimiento del Señor en Belén a los más humildes. Jerusalén, desde el siglo IV, en el esplendor de su vida litúrgica celebraba este momento con una procesión multitudinaria. Y la cosa gustó tanto a los peregrinos que occidente dejó plasmada en esta procesión de ramos una de las más bellas celebraciones de la Semana Santa.

Con la liturgia de Roma, por otro lado, entramos en la Pasión y anticipamos la proclamación del misterio, con un gran contraste entre el camino triunfante del Cristo del Domingo de Ramos y el Vía Crucis de los días santos.

Sin embargo, son las últimas palabras de Jesús en el madero la nueva semilla que debe empujar el remo evangelizador de la Iglesia en el mundo.

"Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu". Este es el Evangelio, esta la nueva noticia, el contenido de la nueva evangelización. Desde una paradoja este mundo que parece tan autónomo, necesita que se le anuncie el misterio de la debilidad de nuestro Dios en la que se demuestra el culmen de su amor. Como lo anunciaron los primeros cristianos con estas narraciones largas y detallistas de la pasión de Jesús.

Era el anuncio del amor de un Dios que baja con nosotros hasta el abismo de lo que no tiene sentido, del pecado y de la muerte, del absurdo grito de Jesús en su abandono y en su confianza extrema. Era un anuncio al mundo pagano tanto más realista cuanto con él se podía medir la fuerza de la Resurrección.

La liturgia de las palmas anticipa en este domingo, llamado Pascua florida, el triunfo de la resurrección; mientras que la lectura de la Pasión nos invita a entrar conscientemente en la Semana Santa de la Pasión gloriosa y amorosa de Cristo el Señor.

Carta del Santo Padre a los Obispos en la Fiesta de los Santos Inocentes

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Querido hermano:

Hoy, día de los Santos Inocentes, mientras continúan resonando en nuestros corazones las palabras del ángel a los pastores: «Os traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador» (Lc 2,10-11), siento la necesidad de escribirte. Nos hace bien escuchar una y otra vez este anuncio; volver a escuchar que Dios está en medio de nuestro pueblo. Esta certeza que renovamos año a año es fuente de nuestra alegría y esperanza.

Durante estos días podemos experimentar cómo la liturgia nos toma de la mano y nos conduce al corazón de la Navidad, nos introduce en el Misterio y nos lleva paulatinamente a la fuente de la alegría cristiana.

Como pastores hemos sido llamados para ayudar a hacer crecer esta alegría en medio de nuestro pueblo. Se nos pide cuidar esta alegría. Quiero renovar contigo la invitación a no dejarnos robar esta alegría, ya que muchas veces desilusionados –y no sin razones– con la realidad, con la Iglesia, o inclusive desilusionados de nosotros mismos, sentimos la tentación de apegarnos a una tristeza dulzona, sin esperanza, que se apodera de los corazones (cf. Exhorta. Ap. Evangelii gaudium, 83).

La Navidad, mal que nos pese, viene acompañada también del llanto. Los evangelistas no se permitieron disfrazar la realidad para hacerla más creíble o apetecible. No se permitieron realizar un discurso «bonito» pero irreal. Para ellos la Navidad no era refugio fantasioso en el que esconderse frente a los desafíos e injusticias de su tiempo. Al contrario, nos anuncian el nacimiento del Hijo de Dios también envuelto en una tragedia de dolor. Citando al profeta Jeremías, el evangelista Mateo lo presenta con gran crudeza: «En Ramá se oyó una voz, hubo lágrimas y gemidos: es Raquel, que llora a sus hijos» (2,18). Es el gemido de dolor de las madres que lloran las muertes de sus hijos inocentes frente a la tiranía y ansia de poder desenfrenada de Herodes.

Un gemido que hoy también podemos seguir escuchando, que nos llega al alma y que no podemos ni queremos ignorar ni callar. Hoy en nuestros pueblos, lamentablemente –y lo escribo con profundo dolor–, se sigue escuchando el gemido y el llanto de tantas madres, de tantas familias, por la muerte de sus hijos, de sus hijos inocentes.

Contemplar el pesebre es también contemplar este llanto, es también aprender a escuchar lo que acontece a su alrededor y tener un corazón sensible y abierto al dolor del prójimo, más especialmente cuando se trata de niños, y también es tener la capacidad de asumir que hoy se sigue escribiendo ese triste capítulo de la historia. Contemplar el pesebre aislándolo de la vida que lo circunda sería hacer de la Navidad una linda fabula que nos generaría buenos sentimientos pero nos privaría de la fuerza creadora de la Buena Noticia que el Verbo Encarnado nos quiere regalar. Y la tentación existe.

¿Será que la alegría cristiana se puede vivir de espaldas a estas realidades? ¿Será que la alegría cristiana puede realizarse ignorando el gemido del hermano, de los niños?

San José fue el primer invitado a custodiar la alegría de la Salvación. Frente a los crímenes atroces que estaban sucediendo, san José –testimonio del hombre obediente y fiel– fue capaz de escuchar la voz de Dios y la misión que el Padre le encomendaba. Y porque supo escuchar la voz de Dios y se dejó guiar por su voluntad, se volvió más sensible a lo que le rodeaba y supo leer los acontecimientos con realismo.

Hoy también a nosotros, Pastores, se nos pide lo mismo, que seamos hombres capaces de escuchar y no ser sordos a la voz del Padre, y así poder ser más sensibles a la realidad que nos rodea. Hoy, teniendo como modelo a san José, estamos invitados a no dejar que nos roben la alegría. Estamos invitados a custodiarla de los Herodes de nuestros días. Y al igual que san José, necesitamos coraje para asumir esta realidad, para levantarnos y tomarla entre las manos (cf. Mt 2,20). El coraje de protegerla de los nuevos Herodes de nuestros días, que fagocitan la inocencia de nuestros niños. Una inocencia desgarrada bajo el peso del trabajo clandestino y esclavo, bajo el peso de la prostitución y la explotación. Inocencia destruida por las guerras y la emigración forzada, con la pérdida de todo lo que esto conlleva. Miles de nuestros niños han caído en manos de pandilleros, de mafias, de mercaderes de la muerte que lo único que hacen es fagocitar y explotar su necesidad.

A modo de ejemplo, hoy en día 75 millones de niños –debido a las emergencias y crisis prolongadas– han tenido que interrumpir su educación. En 2015, el 68 por ciento de todas las personas objeto de trata sexual en el mundo eran niños. Por otro lado, un tercio de los niños que han tenido que vivir fuera de sus países ha sido por desplazamientos forzosos. Vivimos en un mundo donde casi la mitad de los niños menores de 5 años que mueren ha sido a causa de malnutrición. En el año 2016, se calcula que 150 millones de niños han realizado trabajo infantil viviendo muchos de ellos en condición de esclavitud. De acuerdo al último informe elaborado por UNICEF, si la situación mundial no se revierte, en 2030 serán 167 millones los niños que vivirán en la extrema pobreza, 69 millones de niños menores de 5 años morirán entre 2016 y 2030, y 60 millones de niños no asistirán a la escuela básica primaria.

Escuchemos el llanto y el gemir de estos niños; escuchemos el llanto y el gemir también de nuestra madre Iglesia, que llora no sólo frente al dolor causado en sus hijos más pequeños, sino también porque conoce el pecado de algunos de sus miembros: el sufrimiento, la historia y el dolor de los menores que fueron abusados sexualmente por sacerdotes. Pecado que nos avergüenza. Personas que tenían a su cargo el cuidado de esos pequeños han destrozado su dignidad. Esto lo lamentamos profundamente y pedimos perdón. Nos unimos al dolor de las víctimas y a su vez lloramos el pecado. El pecado por lo sucedido, el pecado de omisión de asistencia, el pecado de ocultar y negar, el pecado del abuso de poder. La Iglesia también llora con amargura este pecado de sus hijos y pide perdón. Hoy, recordando el día de los Santos Inocentes, quiero que renovemos todo nuestro empeño para que estas atrocidades no vuelvan a suceder entre nosotros. Tomemos el coraje necesario para implementar todas las medidas necesarias y proteger en todo la vida de nuestros niños, para que tales crímenes no se repitan más. Asumamos clara y lealmente la consigna «tolerancia cero» en este asunto.

La alegría cristiana no es una alegría que se construye al margen de la realidad, ignorándola o haciendo como si no existiese. La alegría cristiana nace de una llamada –la misma que tuvo san José– a tomar y cuidar la vida, especialmente la de los santos inocentes de hoy. La Navidad es un tiempo que nos interpela a custodiar la vida y ayudarla a nacer y crecer; a renovarnos como pastores de coraje. Ese coraje que genera dinámicas capaces de tomar conciencia de la realidad que muchos de nuestros niños hoy están viviendo y trabajar para garantizarles los mínimos necesarios para que su dignidad como hijos de Dios sea no sólo respetada sino, sobre todo, defendida.

No dejemos que les roben la alegría. No nos dejemos robar la alegría, cuidémosla y ayudémosla a crecer.

Hagámoslo esto con la misma fidelidad paternal de san José y de la mano de María, la Madre de la ternura, para que no se nos endurezca el corazón.

Con fraternal afecto,

 

FRANCISCO

Vaticano, 28 de diciembre de 2016                                

Fiesta de los Santos Inocentes, Mártires

#Reflexión - La belleza de la muerte (1 de abril de 2019)

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Murió en su casa, rodeada de sus hijos, nietos, el médico y la enfermera. Había recibido los santos óleos, pues profesó su fe cristiana y católica durante toda su existencia. Sin ninguna enfermedad en particular, su existencia se fue yendo al atardecer y todos estábamos preparados, no para un golpe, sino para su paso a la presencia definitiva ante Dios, donde ella quería estar y reposar. La dejamos ir, no la retuvimos ni hubo necesidad de atarla a procedimientos médicos innecesarios y dolorosos. De alguna manera, hay algo de bello en todo este paso definitivo, pues queda la buena sensación de que la mano providencial de Dios se hubiera asomado para trasladarla a ese estado del alma que llamamos cielo.

Es muy potente la fe para irradiar luz donde pareciera que el dolor y la tristeza irían a tomar posesión. No hubo lugar para pensar en que la vida se estaba convirtiendo en parte de la nada. Todo lo contrario. Más bien plenitud. Ni siquiera cabe afirmar que desapareció. Su presencia ahora es diferente. Y si la fe es potente, de qué modo relumbra también la realidad de la familia que, como una red de afectos y apoyos, sostiene un momento pesado para el alma y el espíritu. Y ni qué decir de esa otra red, los amigos del alma que, como un solo cuerpo, parecieran levantar sus brazos y sus manos para sostener cálidamente a quienes podríamos desfallecer ante la presencia de la hermana muerte. También es bella la debilidad humana cuando termina convocando fuerzas, corazones, esperanzas, palabras de aliento.

No puede uno, por otra parte, dejar de pensar, tristemente, en tanta gente que muere tan mal, tan grotescamente, tan lejos de lo humano y lo divino. A unos les disparan, a otros les clavan un arma, a otros los atropellan los automóviles, a algunos pacientes los saturan de sedantes para que se vayan de este mundo, alguno muere entre las latas retorcidas de un carro, otro se ahoga en un río. ¡Hasta en el morir se ha degradado nuestra deshilvanada sociedad colombiana! Cuántos se van de este mundo sin un auxilio espiritual, lejos de un consuelo para su alma, carentes de afecto, lejos de los suyos…Si viviéramos en un país normal y humano, la muerte recuperaría su belleza intrínseca, su carácter de paso, su manifestación como culmen de una travesía fructífera. 

Pero volvamos al principio. Viví, junto con mi familia, una muerte que parece realizar la enseñanza de Jesús sobre el grano de trigo, que, si no muere, queda infecundo, pero si muere da mucho fruto. También el día de su muerte, Lucila, dio otro fruto para los suyos: paz y serenidad. Y estará recogiendo el suyo propio: Dios y cielo.

De Brigard, R. (1 de abril de 2019). La belleza de la muerte. El Nuevo Siglo. Recuperado de https://www.elnuevosiglo.com.co/articulos/03-2019-la-belleza-de-la-muerte