La experiencia Pascual viene acompañada por signos de madurez humana y madurez en la fe. Así ocurre con los discípulos en cada encuentro con Jesús Resucitado. Ahora ellos son capaces de secundar la acción del Espíritu, comprender lo aprendido con el Señor, interpretar la realidad de su tiempo y dar sentido pleno a su existencia. Es así como, en los Hechos de los Apóstoles, reconocemos que los discípulos han optado por una vida nueva, obran con libertad auténtica y tienen la voluntad de Dios como norma de vida, «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres...», hasta el punto de no acatar las prohibiciones de las autoridades judías y anunciar el kerigma con más fuerza, a pesar de los ultrajes recibidos.
Hoy por hoy, vemos muchas personas que desafían lo prohibido, simplemente porque “es lo más deseado” o porque que sienten gusto o placer al trasgredir una norma, a expensas de una libertad sin fundamento; también está el ansia de probar el lado oscuro o responder a algo desafiante y fuera de todo canon. No es este el caso de los Apóstoles. Ellos no obran de tal modo por rebeldía o por necesidad de autoafirmarse frente a otros sino por el discernimiento y la coherencia con el evangelio. Desafiar lo prohibido tiene sus límites (morales, éticos y sociales) y debe provenir de una conciencia iluminada por el Espíritu. Aquella prohibición que es contraria al evangelio hay que confrontarla con la fuerza de la oración y la firmeza del carácter, sobre todo cuando nos prohíben la obra de Dios, conforme a la visión de Juan: «Digno es el Cordero degollado...», fuente de verdadera autoridad y principio de nuestro obrar.
El Resucitado se aparece por tercera vez a sus discípulos: «Muchachos, ¿tenéis pescado?» Al darse cuenta de la pesca, «aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro: Es el Señor.» Durante este encuentro los confirma en la fe, los conforta y los prepara para la misión. Tal es el caso de Pedro: «…le pregunta: Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?»,ante su respuesta, el Señor le expresa su perdón confiándole la misión, a la vez que alude a la muerte con la que iba glorificar a Dios. Que nadie nos prohíba seguir a Jesús.
José A. Matamoros G. Pbro.
Párroco
Mensaje del Papa Francisco: Queridos hermanos y hermanas, ¡Feliz Pascua! Hoy la Iglesia renueva el anuncio de los primeros discípulos: «Jesús ha resucitado». Y de boca en boca, de corazón a corazón resuena la llamada a la alabanza: «¡Aleluya!… ¡Aleluya!». En esta mañana de Pascua, juventud perenne de la Iglesia y de toda la humanidad, quisiera dirigirme a cada uno de vosotros con las palabras iniciales de la reciente Exhortación apostólica dedicada especialmente a los jóvenes:«Vive Cristo, esperanza nuestra, y Él es la más hermosa juventud de este mundo. Todo lo que Él toca se vuelve joven, se hace nuevo, se llena de vida. Entonces, las primeras palabras que quiero dirigir a cada uno de los jóvenes cristianos son: ¡Él vive y te quiere vivo! Él está en ti, Él está contigo y nunca se va. Por más que te alejes, allí está el Resucitado, llamándote y esperándote para volver a empezar. Cuando te sientas avejentado por la tristeza, los rencores, los miedos, las dudas o los fracasos, Él estará allí para devolverte la fuerza y la esperanza» (Christus vivit, 1-2). Ciudad del Vaticano, 21 de abril de 2019.